Espiritualidad


72ae5be5acce7e1effff87bdffff9044Hace cuatro años, en ocasión de las II Jornadas, expuse ante este Foro la tradición histórica de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, su realidad asistencial, su filosofía y siquiera brevemente, intenté dar una pincelada sobre su función espiritual y social, profundizando en lo que para nosotros es más importante, la espiritualidad en el seno de la Orden, dentro de cada caballero, de cada dama.

Mi comunicación quedó encuadrada en el sector histórico puesto que el tema era la gestión actual de la Orden.

En realidad mi deseo era, igual que ahora, dar a conocer nuestra Orden a quienes no la conocen, y reforzar en quienes ya pertenecemos a ella, los principios que la animan y por los que se rige.

De ahí que al convocarse estas III Jornadas he solicitado presentar una comunicación sobre la espiritualidad de los laicos sepulcristas.

Yo digo que nosotros somos misioneros, porque somos laicos con vocación universal, porque concretamos nuestro amor al prójimo en un servicio local.

Como hizo nuestro Dios en la persona de Su Hijo bienamado, ¿hemos pensado en lo que significa que Jesús se encarnase como judío en la Palestina colonizada por los romanos? Ciertamente que un tal evento se puede considerar una operación de misionero.

En esta exposición, no voy a relatar ni detallar, el número de ceremonias litúrgicas ni las actividades confesionales o asistenciales que se realizan en las distintas lugartenencias, indicativas, evidentemente, de la intensa espiritualidad de los caballeros y damas de nuestra Orden.

Yo pretendo algo más profundo, que llegue hasta el hondón del alma de cada caballero, de cada dama, hasta mostrar como sentimos los sepulcristas nuestra espiritualidad.

Por eso creo importante, antes de entrar en el tema, que hagamos juntos unas cuantas reflexiones de orden general sobre la religiosidad y la necesidad que los humanos tenemos de Dios, de la existencia de un Ser Superior.

Hay muchos, variados y muy buenos caminos para ir a Dios, pero yo pienso que toda la religión puede condensarse en el Padrenuestro. Cuando se recita pensando bien cada palabra, se recibe un don que no está fabricado por los hombres. Creo que se puede decir que Dios viene a nosotros y nos hace libres. Porque Dios es Amor.

Hace 2.000 años, un profeta llamado Jesús de Nazaret nos dio una consigna, una máxima de vida, nos dijo, AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS.

Con ello vino a decir que el amor no es flor de un día, que es algo que tenemos que ir aprendiendo día tras día, porque el amor no se hace, el amor se vive y hasta hay quien da la vida por el objeto de su amor.

De hecho Cristo lo hizo, dio su vida por nosotros y también lo hicieron la larga cohorte de santos de la antigua historia o los contemporáneos, como Edith Stein, la hebrea recientemente canonizada como monja carmelita, sor Teresa Benedicta de la Cruz, porque creyó en la Iglesia como institución nacida de la Pascua de Cristo, victoriosa del aguijón de la muerte.

Su mensaje no es fácil de cumplir. Cristo dijo que debíamos AMAR A TODOS.

No cuesta amar a los padres, a los hijos, a los amigos, pero amar a los enemigos, a los que nos han faltado, ofendido, agredido física o moralmente, es otra historia. Y sin embargo, vale la pena intentarlo, porque si creemos en la coherencia del MENSAJE sabremos, que si perdonamos, también seremos perdonados.

Este mensaje, diáfano, de gran sencillez en sus principios, ha sido vergonzosamente manipulado a lo largo de los siglos. Bien es verdad que las palabras que encienden la mecha de las revoluciones, siempre son sencillas, quizás por ello enardecen a las gentes, porque enseguida las captan.

A título personal, quisiera decir que yo asumo la existencia de Dios, sin hacerme demasiadas preguntas, quien de verdad me interesa es Jesús, EL HIJO DEL HOMBRE.

Es en Cristo, en el Hijo del Hombre en quien se encuentran las respuestas a todas las preguntas. Incluso a la más compleja, la del mal en el mundo.

En el Cristo el Amor se ha adherido a nuestra carne, tomando sobre Si toda nuestra miseria, nuestra nada.

En El se han abierto nuestros corazones a la esperanza, penetrados por su Luz. En El se disuelve la enemistad entre los hombres, pues todo el odio ha sido aplastado por su amor, que nos rescató en la Cruz.

Yo creo en la divinidad de Jesús pero también en su humanidad, porque Jesús fue humanamente un hombre digno de fe. Esta afirmación es indiscutible. Jesús es motivo de fe.

Por una parte ha dado todas las garantías de una existencia humana serena y comprometida, muy cercano a la tierra ha afirmado al hombre de modo absoluto, y por otra, ha confirmado la dimensión trascendente del hombre.

Verdaderamente yo creo en Dios a causa de Jesucristo, o mejor dicho, gracias a Jesucristo.

de1ae129b29155ebffff879fffff9044El Dios del que Jesús da testimonio no es banal. Ama a los pecadores y comparte su mesa, para escándalo de los fariseos. Devuelve toda su dignidad a la mujer que debía ser lapidada. Trata con la samaritana, una hereje a los ojos de sus conciudadanos. Acepta la invitación del publicano y lo elogia, a pesar de su mala reputación. No tiene en cuenta el sábado, cuando se trata de salvar a la persona. Purifica el templo, lugar sagrado por excelencia. Este Jesús es el que va a preferir a los pobres, sin que esto suponga ningún resentimiento contra los ricos y poderosos, a los que sabe decir lo que quiere, en el momento apropiado.

Jesús tuvo una conducta revolucionaria, en el plano religioso, que conmocionó a sus contemporáneos.

Para los judíos, la personalidad de Jesús fue fascinante. Por e crucificaron, porque se salía de lo ordinario.

La raza judía es la más reprimida que existe. Los judíos son moralistas y puritanos. Sienten un profundo respeto por la Ley. Su héroe nacional es Moisés, porque él fue quien les dio la serie de leyes sin las cuales no podrían, o no sabrían vivir.

Sienten pasión por el orden, llegando incluso a exageraciones rayanas en lo absurdo. Tienen talento para las matemáticas. Ganan premios Nóbel a paletadas. Y sobre todo, son gente a quienes no les gusta ser molestados.

Esperaban al Mesías desde la noche de los tiempos y cuando por fin llegó el ansiado Mesías, no supieron reconocerlo.

Se habían instalado confortablemente en la espera y de pronto, llega Jesús trayendo consigo el caos.

No es que Jesús niegue lo que está establecido, pero al interpretar distinto el fundamento de las leyes trastorna sus costumbres, sus creencias y sus esperanzas.

Predica el amor y la igualdad entre los hombres y las mujeres. Les dice cosas terribles: Si te limitas a respetar la ley, eres un hombre muerto. Sólo el amor te hará vivir.

Lo pone todo patas arriba. Es pues lógico que los judíos reaccionasen con violencia. Esencialmente, porque tenían miedo, y el miedo engendra siempre violencia.

Así que lo crucificaron. Jesús no era de los suyos.

No era sacerdote ni político, y sin embargo hablaba en público, rodeado de gente pobre, de borrachos y de prostitutas.

Les hablaba de amor, de poesía, de buenos sentimientos. Les decía que había que amar la vida por la vida, que el amor era mucho más importante que la ley.

Que el éxito y la fortuna, no valían lo que la caridad.

Eran palabras difíciles de soportar para la gente situada en aquella sociedad farisaica, Jesús les ponía entre la espada y la pared. Tenéis que elegir, les decía, entre Mi Padre, en Cuyo Nombre os hablo Yo, y la tradición de Moisés.

Pero para los judíos, la tradición era el comercio, los negocios, el dinero. Fue pues bastante lógico que eligieran la tradición, al hombre medio le gusta vivir en el pasado, porque el pasado es algo sólido y bien establecido. En general se invierte mucho en el pasado, es difícil vivir sin raíces. Ponerlo en duda, es una aventura intelectual que no está al alcance de todo el mundo.

El cambio, el futuro, a mucha gente le da miedo, es como la muerte.

Jesús negaba el pasado y la Ley, predicaba la poesía y el amor y lo más inaudito para sus correligionarios, se decía HIJO de DIOS.

Era preciso matarle, y le mataron.

Desde entonces, seguimos crucificándole un poco cada día.

Estas disquisiciones, quizás algo alejadas del tema principal, me sirven como elementos de juicio sobre la necesidad que tenemos los hombres, de Dios.

Tomo del arzobispo de Barcelona, cardenal Ricard Mª Carles Gordó, lo siguiente:

La persona humana no está concebida para vivir sin Dios. La propia valoración del hombre depende del concepto de Dios. Fuera de esa relación, la filosofía del hombre no puede ser más que vulgaridad.

Centrando ahora el tema que pretendo desarrollar, soy consciente de su importancia, por eso he buscado el apoyo de un equipo de personas pertenecientes a distintas lugartenencias de la Orden. Sobre todo me baso en un estudio-propuesta preparado por el Gran Magisterio y debatido con los lugartenientes en octubre de 1998, con motivo de la Consulta de la Orden, que preceptivamente tiene lugar en Roma cada cuatro años. Dicha propuesta quiere dar una visión de conjunto de lo que se hace actualmente, y de lo que se quiere hacer en el futuro, en el ámbito de la espiritualidad de nuestra Orden.

Soy pues una mera portavoz de lo que voy a exponer, he recibido la ayuda inestimable de su Excelencia Robert Benson, lugarteniente emérito de Inglaterra y Gales y hoy miembro del Gran Magisterio de la Orden en Roma, de su Excelencia el conde Louis d’ Harcourt, lugarteniente emérito de Francia, de su Excelencia el conde Claude de Changy, lugarteniente emérito de Bélgica, y por nuestra lugartenencia, he tenido el apoyo y el asesoramiento del lugarteniente, conde de San Llorens del Munt, de nuestro Prior coadjutor Mons. Jorge Farré i Muro, y la estrecha colaboración de mi hermano en la Orden, el conde de Lavern.

La Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, que ha escogido el camino del Cultus et Caritas, según la regla de San Agustín, tiene 4 objetivos puntuales, como dicen sus estatutos.

· Espiritual, Impulsar la vida espiritual de cada uno de sus miembros, a nivel individual y global, en cuanto a su testimonio personal de vida cristiana y de influencia en la sociedad civil al objeto de hacer atractivo el bien.

· Social, Sostener y ayudar las obras e instituciones culturales, caritativas y sociales de la Iglesia Católica en Tierra Santa, particularmente las del Patriarcado Latino de Jerusalén, con el que la Orden mantiene una vinculación histórica.

· Asistencial, Defensa de la Fe cristiana en la Tierra Santa, y conservación de los Santos Lugares.

· Jurídico, Mantener los derechos de la Iglesia Católica en Tierra Santa. Dar soporte y ayuda a nuestros hermanos, residentes en tierras de Israel, Palestina y Jordania.

Estos cuatro objetivos nos llevan a considerar la propuesta presentada por el Gran Magisterio, sobre la admisión de candidatos a entrar en la Orden.

Se propone el requisito de un año de noviciado, bajo la orientación de un caballero o de una dama, con experiencia suficientes para guiar al neófito en la toma de una resolución que se considera trascendente.

Con este planteamiento, el Gran Magisterio quiere subrayar que la decisión de entrar en la Orden, tiene algo de similar a la de los laicos que siguen una regla monacal. También a éstos se les exige un año de noviciado, y también durante ese período ejerce la tutoría una persona de experiencia.

Al resaltar el monje que debe haber en todo cruzado, nos hace ver que el hombre crece desde dentro, no por imposición desde afuera. Es evidente por tanto, que ello requiere una conversión constante.

Bajo este prisma, el día del cruzamiento, para el neófito, no es un fin, sino un comienzo.

No es alcanzar una meta que le prestigie ante los hombres, es sellar un compromiso con Dios y con la Iglesia.

Es iniciar un camino hacia la santidad personal y como tal hay que vivirlo, en confianza, seguros de la misericordia de Dios.

Personalmente, lo digo con humildad pero con convencimiento, creo que es la mano del Señor la que nos ha conducido hasta la Orden.

de1ae129b29155ebffff879cffff9044En la Real Colegiata de Calatayud, templo que fue la sede primera de los caballeros del Santo Sepulcro, españoles, cuando regresaron a la patria, tras la derrota y consiguiente pérdida de San Juan de Acre, se halla desde el otoño de 1991, un cuadro al óleo de grandes proporciones, pintado por el caballero belga, Jean Pierre d’Hanens, quien lo regaló con motivo del cruzamiento realizado en la basílica en esa fecha. Se lo voy a describir, para los que no lo conozcan:

En el vértice del cuadro aparece la simbología de Dios Padre, debajo, el Espíritu Santo sobre la cabeza de Jesucristo, quien tiende sus brazos a la Virgen, sentada en un trono ante el que están postrados en oración, un caballero y una dama sepulcristas. Como fondo una cadena montañosa, los Pirineos, para situar la escena en España.

El cuadro es muy bonito, pero lo mejor, es su simbolismo. Las Tres Personas Divinas, la Santísima Trinidad, entregan el Verbo por mediación de la Virgen, quien lo hace llegar a la humanidad a través del hombre y de la mujer ataviados con los mantos y las insignias de la Orden. Que belleza!

Y así llegamos a que, según el derecho canónico, la Orden del Santo Sepulcro, constituida por la Santa Sede, es hoy una asociación de fieles, laica y pública, que ha recibido una misión específica del Santo Padre, reforzar la práctica de la vida cristiana entre sus miembros y prestar ayuda al mantenimiento de la presencia cristiana en la Tierra Santa.

Los documentos del Concilio Vaticano II resaltan la importancia de las asociaciones que, dentro del seno de la Iglesia se dedican al apostolado (decreto sobre apostolado de los laicos (Apostolicam actuositatem). Este derecho a constituir asociaciones en el seno de la Iglesia, viene dado a los cristianos por la gracia del bautismo y corresponde a la naturaleza de la Iglesia, que es el conjunto de la comunión de cuantos creen en el Cristo.

Según la ley canónica, la OESSJ está bajo la jurisdicción y vigilancia de la jerarquía eclesiástica que exige de sus miembros:

· la prioridad a la vocación de santidad de todo creyente, siendo la Orden para sus miembros un medio de santificarse.

· el compromiso de profesar la fe católica.

· el testimonio de una comunión sólida y fuerte con el Papa y con el Obispo de la
Iglesia local.

· el acuerdo y la cooperación con el objetivo apostólico de la Iglesia, en el sentido de una aspiración misionera.

· el compromiso a estar presentes en la sociedad humana para servir a la dignidad integral del hombre, conforme a la doctrina social de la Iglesia.

La misión de los laicos en la Iglesia tiene, secularmente, matices diferentes a la misión de los clérigos.

Los laicos deben buscar el Reino de Dios a través de la administración de los bienes temporales, que deben ordenar según la ley divina. Viven en el siglo, están comprometidos con los diversos deberes y trabajos del mundo, con su existencia entretejida en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social.

En estas circunstancias deben responder a la llamada de Dios para trabajar en la santificación del mundo, como un fermento, ejerciendo su propio rol, y bajo la égida del Espíritu evangelizador, deben manifestar el Cristo a los demás, resplandeciendo de fe, de esperanza y de caridad.

Este carácter comunitario se perfecciona y complementa con la obra del Cristo, ya que es el propio Verbo encarnado, quien ha querido entrar en el juego de la solidaridad.

De hecho, Cristo reveló a los hombres el amor del Padre y la magnificencia de su vocación, sirviéndose de las realidades más comunes de la vida social, utilizando palabras e imágenes de la existencia cotidiana.

Cristo santificó los vínculos humanos, especialmente los de la familia, fuente y origen de la sociedad. Se sometió voluntariamente a las leyes imperantes en la patria de Israel y quiso llevar la vida de un artesano de su tiempo y de su país.

En los albores del tercer milenio nos enfrentamos a una sociedad muy compleja. El desarrollo de un colectivo multicultural, la tensión dialéctica entre identidad y tolerancia, la secularización de la vida pública, las crecientes amenazas a la familia y a la institución del matrimonio, el desempleo, la desintegración económica, el desmantelamiento de los sistemas de la seguridad social, el neoliberalismo, la globalización de la economía mundial, la bioética, la biotecnología, las migraciones y la ecología, son algunos de nuestros grandes problemas.

De que medios disponemos para analizar estos problemas y tratar de encontrarles una solución cristiana?

La doctrina social de la Iglesia nos ofrece tres armas para esta lucha:

· la prioridad de la persona humana, en tanto que sin ella se perderían la dignidad y los derechos del hombre.

· la prioridad del bien común, en tanto a establecer una calidad y dignidad de vida suficiente para todos.

· el agradecimiento de la criatura humana en tanto que colaboradora de Dios en la obra de la creación, comprendiendo que no son nuestros los talentos, que nos han sido confiados en proporción a nuestras capacidades, y que somos llamados a proseguir el proceso divino de la creación con actos y cuidados fervientes. De nuestro compromiso, depende el crecimiento del reino de Dios en la tierra.

de1ae129b29155ebffff879dffff9044Así pues, los caballeros y damas sepulcristas tienen unas responsabilidades, con respecto a la Iglesia universal, que exceden las de los laicos ordinarios. Deben distinguirse por la calidad y el testimonio de sus existencias personales, su compromiso generoso en todos los aspectos del apostolado laico, así como su apoyo a la autoridad y al magisterio del Santo Padre y de su obispo local.

Cada miembro de la Orden representa la Iglesia de una forma muy particular. Su vida presenta un especial testimonio ante el mundo. Sus fracasos desacreditan a la Iglesia, tanto como sus éxitos contribuyen a la gloria de Dios.

Jesús no busca la adhesión fácil. Es muy radical en sus condiciones de seguimiento. Pero si muchos le siguieron, porque no vamos a hacerlo nosotros, nuestro colectivo?

Pero, cuidado, cuantos le sigan en este mundo hedonista del final del milenio, deben hacerlo con una entrega total, con gran generosidad.

Si confesamos a Jesús como verdadero Hijo de Dios, y en cambio le dejamos de lado en nuestra vida cotidiana, casi le ignoramos, no somos coherentes No hablemos entonces de Fe, porque la Fe se reduce a la respuesta que damos, a nuestro seguimiento personal de la doctrina de Jesús.

Cuál debe ser nuestra actitud ante los valores cristianos? Es imposible vivir la Fe sin plantearnos a menudo estas preguntas. La verdadera Fe cambia el sentido de la vida porque requiere entrega personal y define el tono de nuestro cristianismo.

Los sepulcristas tratamos de orientar nuestra vida según el modelo, el estilo que nos ha dejado el propio Jesús, (el que quiera venir conmigo, que lo deje todo y se salvará)

La doctrina de Jesús es el polo opuesto a las pautas de conducta de nuestro mundo. Quien quiera salvar sus intereses, su vida privada, su tranquilidad, al margen del Evangelio, se perderá. Pero con Jesús descubriremos el gozo y la alegría de la fraternidad, de la solidaridad.

Más allá del justo orgullo de pertenecer a la Orden y de lucir sus insignias y sus hábitos, más allá incluso de la ayuda que se pueda dar a los hermanos de Tierra Santa, los sepulcristas tenemos muy claro y asumido, el ideario espiritual de la Orden.

El mismo nombre de Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén, indica el punto central de su espiritualidad: el Sepulcro del Señor, donde tuvo lugar la gloria de Su Resurrección.

Curiosamente las enseñanzas del Concilio Vaticano II parecen escritas especialmente para los miembros de la Orden:

Cada laico debe ser, testimonio de la Resurrección y de la vida del Señor Jesús, el signo del Dios vivo, ante el mundo.

En aquellos tiempos guerreros, de siglos lejanos, proclamarse miles Christi, es decir soldado de Cristo, tenía un atractivo especial. Los primeros caballeros no dudaban en dar su vida para defender y guardar el Santo Sepulcro, en testimonio silencioso pero elocuente del hecho fundamental de nuestra fe, la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y también para proteger la presencia de la Iglesia y de los cristianos en Tierra Santa.

El caballero se comprometía a dar prueba de una generosa fidelidad en el cumplimiento de sus deberes de cristiano y a aportar una asistencia temporal, por amor del Cristo Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, a los que profesaban la fe cristiana en una tierra devastada por la guerra y causa de tanto dolor y lágrimas.

Hoy día, los caballeros y damas, son todavía soldados del Cristo, pero su combate es con la palabra y con su testimonio personal para encontrar la solución a miríadas de problemas del mundo moderno.

No libran batalla para conquistar una ciudad, sino para dominar el mundo entero. En nuestros días, el campo de batalla es más vasto y yacen sobre él más cuerpos de víctimas inocentes, para quienes nuestra ayuda es más necesaria de lo que jamás hubieran podido imaginar aquellos valientes cruzados.

El coraje y la valentía que hoy se precisan para la lucha, sobrepasan de mucho a los de aquellos tiempos lejanos.

En el mundo actual, los miembros de la Orden deben estar dispuestos a sacrificar no sólo su tiempo, sus talentos y sus bienes, sino también su reputación, su rango social, sus amigos y hasta incluso su vida, en el combate a librar contra los males que afligen a la sociedad moderna para el establecimiento del reino de Dios en el Cristo.

En su carta apostólica, Tertio Milenio Adveniente, dice Su Santidad, que en el Catecismo se nos recuerda que el bautismo constituye el fundamento de la comunión entre todos los cristianos, incluso con aquellos que no están en plena comunión con la Iglesia Católica.

En la Orden pensamos que puede ser el camino para que se cumpla lo escrito en los Hechos de los Apóstoles (1er.Capítulo,versículo 8º): Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y en la Samaria, hasta los confines de la tierra.

Son también oportunas las palabras de Pablo VI: el hombre moderno hace más caso de los testimonios, que del magisterio, o bien, si escucha a los maestros es porque son testimonios.

Los sepulcristas decimos, que dar testimonio a través de la fe, es la manifestación exterior de nuestra adhesión al Cristo, al igual que lo es, dar testimonio de caridad y de esperanza en el servicio a nuestros hermanos y hermanas.

Este es y fue, el espíritu que hizo nacer la Orden de Caballeros del Santo Sepulcro y ésta la manera de servir al prójimo, que sigue vigente para nosotros en la actualidad.

Los estatutos de la Orden determinan, precisa y concretamente, el campo de acción en el que, hoy día, debemos desarrollar nuestra caridad: sostener y ayudar las obras y las instituciones de caridad, culturales y sociales de la Iglesia Católica en Tierra Santa. Y añaden, para no olvidar la razón principal de nuestra actividad, que los miembros de la Orden deben aportar su sostén a la presentación y a la propagación de la fe en dichos países.

Así pues, una peregrinación al Santo Sepulcro del Señor y a la Tierra Santa, es una solemne obligación que cada caballero y cada dama debe cumplir, con la ayuda de Dios, por lo menos una vez en su vida.

Siendo un peregrinaje de fe, captaremos mejor el sentido de nuestra vida cuyo fundamento reside en la Resurrección del Señor, y seremos más receptivos a una mutua comprensión, ecuménica y caritativa a la vez, con nuestros hermanos en la fe al recordar que el camino de la Cruz es el camino de la vida y de la esperanza.

Peregrinar al Sepulcro del Señor y a los Lugares Santos, es un acto de solidaridad con la Iglesia de Tierra Santa. Nuestro encuentro con los fieles de la Palestina, y de la Jordania, sirve para dar ánimo, para dar fortaleza a esa minoría cristiana que vive en medio de tantos problemas, presiones y dificultades.

Por eso el programa de las peregrinaciones debe incluir contactos directos con la Iglesia local, y encuentros con nuestros hermanos de allí.

Realizamos visitas a parroquias, donde se organizan reuniones con los feligreses y los sacerdotes y se va también a visitar algunas obras sociales en las que colabora la Orden a través del Patriarcado. Todo esto ayuda, además de fortalecer nuestra fe, a adquirir una experiencia nueva del país de la Biblia y de su pueblo, y nos hace más capaces de llevar un testimonio muy especial y concreto a nuestros amigos, parientes, compañeros de trabajo, para que el tema les llegue más a lo hondo.

Otra característica especial de nuestra espiritualidad, es la devoción filial a la Santísima Virgen.

Volvamos a las palabras del Tertio Millenio Adveniente. Al igual que María, la Madre de Jesús iluminaba el camino de los primeros discípulos, para cada caballero, para cada dama sepulcrista, María es su modelo de fe vivida, la mujer dócil a la voz del Espíritu, la mujer del silencio y de la escucha, la mujer de la esperanza.

Deseo destacar aquí, porque enlaza con esta actitud de María, receptora a la voz del Espíritu, un matiz espiritual, un poco secreto pero profundo, que caracteriza la personalidad del caballero y de la dama sepulcristas.

Para situarnos, permitidme que haga una regresión histórica.

Estamos en la Jerusalén de los cruzados, en la ciudad devastada por las hordas del sultán fatimie Hakem, que en su furor llegó a la destrucción de todas las iglesias de Jerusalén, derribando el 27 de septiembre del año 1010 el edificio del Santo Sepulcro, en un vano intento de borrar cuanto pudiera recordar la odiada religión que se enfrentaba al Islam.

La primera iniciativa de Godofredo de Bouillon, al liberar la ciudad, fue instrumentar la custodia del Sepulcro del Señor. Para ello organizó un grupo de guerreros que día y noche, derechos y en silencio, montaban guardia de honor con su espada, ante el Bien más preciado de la Cristiandad, el nicho de piedra que durante tres días contuvo el cuerpo sin vida de Jesús y que fue el primer testigo de la Resurrección del Cristo.

Aquel grupo de hombres surgió de entre los canónigos que custodiaban el sepulcro desde la época del emperador Constantino y durante la posterior dominación musulmana, hasta que fue liberada Jerusalén por los cruzados en el 1099.

Bien, pues lo que hizo Godofredo fue armar caballeros a los elegidos, con lo que se estableció el concepto de caballero-monje, que fue el inicio de las órdenes de caballería, ya que todas, el Temple, los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén y el Santo Sepulcro conjugaban las tres facetas de militar, asistencial, y místico.

Centrándonos en la Militia Sancti Sepulcri, aquellos monjes soldados, guardaban silencio durante sus largas horas de vela, y ahí es donde yo quiero llegar, a la necesidad del silencio, a la eliminación del ruido interior, para poder escuchar a Dios.

El ruido, la excesiva dependencia de los temas materiales nos sitúan en la superficialidad, nos impiden oír la llamada secreta del Espíritu, la voz de Dios.

Como en el episodio de Marta y María, que nos relata el Evangelio de Lucas, Jesús elogia la actitud de María, no critica la de Marta, afanada en atender y cumplimentar al Maestro. Pero Jesús lo dice bien claro, tu hermana María ha elegido la mejor parte.

Quiero recordar aquí a un venerable sacerdote, que fue el Gran prior de la Lugartenencia de la OESSJ en Chicago.

Me refiero a su Eminencia el Cardenal Joseph Bernardin, arzobispo de Chicago, fallecido de cáncer en 1997.

El Cardenal decía que, “ Dios nos habla muy suavemente cuando nos invita a dejarle más espacio en nuestra vida. El Señor quiere la entrega total de mí mismo y de mi trabajo y la total confianza en El.

El primer paso de la entrega está ligado al vaciamiento de mi mismo, tanto de los planes que juzgo más grandes como de las distracciones que considero insignificantes, para que el Señor pueda señorear realmente en mí.

Orar para vaciarse de uno mismo parece un reto superior a nuestra capacidad como seres humanos. Pero he aprendido que si lo intentamos, Dios hace la mayor parte del trabajo.
Simplemente he de entregarme, amar al Señor y confiar en El “.

Así queremos ser los sepulcristas, dóciles a la voz del Espíritu, pretendemos ser catálisis y fermento en la sociedad, para que progrese la voluntad de paz y la unión de los cristianos en Tierra Santa, el territorio sagrado que la Iglesia y el Papa han confiado a nuestra Orden.

de1ae129b29155ebffff879effff9044Este es el perfil ecuménico que Juan Pablo II nos ha pedido que adoptemos en la preparación del Gran Jubileo del año 2000.

El Papa ha dicho, que este año 1999, Año de Dios Padre, tiene que ser muy importante.

“Tenemos que prepararnos y esforzarnos para dirigir juntos la mirada a Cristo, al único Señor, con la intención de llegar a ser en El una sola cosa, según su oración al Padre”.

Caben pues algunas reflexiones sobre tema tan importante:

Los católicos, y todavía más, los sepulcristas, deben esforzarse en llevar una vida acorde con su fe. Pero esta coherencia no debe basarse únicamente en un esfuerzo de voluntad, ya que tampoco la fe es un código de comportamiento.

La fe se encuadra en el ámbito de un camino que conduce a la experiencia personal de Dios, vivida por los sacramentos, por la oración interior, por la lectura de los evangelios y sobre todo, porque nuestra vida ande de acuerdo con todo ello.

En este año 1999 se nos invita a contemplar el misterio trinitario en la perspectiva del Padre del cielo que nos envió al Cristo. La misión del Cristo, del Hijo de Dios, fue explicarnos con palabras y con hechos, quien es el Padre y hacernos hijos suyos, como El lo ha querido desde toda la eternidad.

La vida del cristiano es como un peregrinaje a la casa del Padre, de quien día a día descubre su amor incondicional a toda criatura humana, y en particular al “hijo perdido” (TMA 49). El Jubileo, centrado en la figura de Cristo, será un gran acto de alabanza al Padre y también un gran acto de amor, ya que Dios es Amor.

Precisamente es gracias a este estilo de vida, que podemos llegar a experimentar que estamos envueltos en el amor de Dios. Jesús, el Maestro, hizo la gran revelación:

“Dios es el Padre, el Padre es Amor. Quien me ama guardará mi Palabra y mi Padre le amará por ello. Mi Padre os ama porque me queréis a Mi y porque creéis que salí de Dios.”

Con estas palabras, dirigidas a los discípulos en su última noche, Jesús une el amor que nos tiene el Padre, con el amor que nosotros le tenemos a El y nos lleva a la más maravillosa experiencia porque supone el don fundamental del amor de Dios.

de1ae129b29155ebffff879bffff9044Esa maravillosa encíclica la Fides et Ratio describe magistralmente el amor que nos tiene el Padre que para que le entendamos fue capaz de salirse de la dimensión de Eternidad para entrar en el tiempo y dársenos en la persona de su Hijo, del Cristo.

Este año de preparación exige de nosotros, los sepulcristas, que nos esforcemos en interesar ampliamente a nuestros conciudadanos, en el derecho a la existencia que tienen los pueblos del Medio Oriente y en los derechos de la Iglesia, como entidad jurídica y como mensajera de paz y de justicia entre los pueblos.

Ya veis pues, que los caballeros y las damas del Santo Sepulcro seguimos siendo milites Christi, soldados de Cristo, comprometidos en la lucha para construir el mundo moderno y para seguir colaborando en el continuo trabajo divino de la creación.

Nuestro programa es alegre, es optimista. Seguiremos adelante, iremos haciendo camino, iremos cantando, como María, nuestro modelo perfecto de amor a Dios y al prójimo (TMA 54).

Ella nos enseña a todos con el Magnificat, gran catequesis es la que invita a rezar y a cantar. Y también le damos gracias, porque a nuestro Dios, se le puede dar gracias cantando. Así que entonamos nuestro magnificat personal, porque nos ha escogido y porque quiere seguir haciendo en nosotros obras grandes, especialmente en este tiempo que nos introduce en el tercer milenio.

GRACIAS SEÑOR POR NUESTRA VIDA
GRACIAS POR LOS AMIGOS
GRACIAS PORQUE A MIS ENEMIGOS
EN TI LES PUEDO AMAR
GRACIAS POR TU HIJO
QUE HECHO HOMBRE NOS SALVO
GRACIAS POR TU REDENCION
GRACIAS PORQUE ERES DIOS Y PADRE
GRACIAS PORQUE EN TU AMOR
HOY ARDE MI CORAZON.

Mª Victoria Sans Acevedo de Quadras

Acabo con las sencillas, pero entrañables estrofas, que todos hemos cantado alguna vez, en nuestras parroquias, al finalizar la Santa Misa.

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